domingo, 16 de enero de 2011

Soñé que mi sueño soñaba


¡Ay de mí!  brota la queja de mis labios pero muere antes de nacer, pues mucho me temo que mis fuerzas sean pocas aún para un suspiro. Apenas si me cabe en el alma un lamento más, y es ése el de la vergüenza: conociendo los padecimientos que azotan a la humanidad en estos tiempos, mi egoísmo me conduce a ocuparme tan sólo de los míos.
¡Con qué alegría aceptaría que el Creador me castigase por mi débil espíritu! Así al menos descansaría en el bálsamo de saberme ajusticiada por el cielo, y el dolor físico me rescataría de estas insensatas ideas. Puesto que aunque no hago más que sonreír pálidamente y cumplir con las obligaciones sociales que se le imponen a una joven de familia como la mía, si algún ojo avezado se atreviera a fijarse en los míos, advertiría  la funesta batalla que en mi interior se despliega.
No debería hacer más que caer de rodillas y agradecer la fortuna en la que he nacido, la amorosa familia que me rodea, las nobles almas que me protegen, y el digno e intachable hombre al que estoy prometida por esposa, y pese a ello no hago más que sufrir. Y sabe el Altísimo que desde niña he aprendido las lecciones sobre las sombras que envuelven al soberbio. ¿Por qué entonces las fuerzas que rigen este universo tan ajeno se me rebelan? ¿Por qué no hago más que desear dormirme en un sueño profundo y despertar en cien años o más?
Y este padecer que me abruma, para mayor suplicio, se niega a mostrar sus raíces. Me hundo en la vergüenza al comprender que no tengo motivos para esta infelicidad. No han sido pocas las veces que me conmoví hasta las lágrimas al ver desde lejos a los niños que imploran por comida, y ahora me atrevo a tratar con desdén las joyas que me adornan, los perfumes que me envuelven, y las finas telas que me visten. A fe mía que no habría ser más humilde en este mundo que el que aquí habla, si pudiera vivir con júbilo los días que se me han dado en esta vida.
¿Por qué  mi señor os empeñáis en verme rodeada de lujos y dicha, y aún así deseando despertar en otro mundo, en otra vida que no sea la mía?
¿Por qué, oh potestades del cielo, soy incapaz de deleitarme en lo que me ha sido otorgado y cumplir obediente con mi destino?
¿Por qué Santa Madre, permitís que me consuma esta desazón sin nombre que hace que mi alma envejezca con cada minuto lo que mi cuerpo en una década?
¡Por qué no hay un ángel misericordioso que venga a beberse mi aliento y me arrebate de esta vida para llevarme a dormir a sus pies en el firmamento!

Cuando las lágrimas dejaron de bañar mi rostro, me ví sumida en un sueño irresistible y pesado, al que me dejé conducir en la vana esperanza de que mis ruegos hubiesen sido escuchados.
No sé cuanto tiempo transcurrió hasta que me desperté gritando. No quedaban leños ardiendo que iluminaran la alcoba, pero presentía que no era la misma en la que me había dormido. Mi doncella no había acudido al grito y no me atrevía a despojarme de la colcha de terciopelo que cubría mis hombros. Cuando mis ojos se habituaron a la oscuridad, busqué inútilmente algo que me resultase familiar. Un miedo hasta entonces desconocido me hizo hundirme en el colchón y cubrirme la cara. Recé con fervor para que amaneciese pronto y la luz explicara como había sido transportada a esta habitación tan pequeña y en la que se adivinaba el mobiliario más extraño del que jamás había oído.

Amaneció, desde luego. Pero la que despertó esta vez, fui yo.



3 comentarios:

Cecis ... funámbula dijo...

Excelente!! Mi amigo Uninvited sabe lo que vale!
Un abrazo!

Uninvited dijo...

Perdón por la demora, en el laburo me bloquearon el acceso a blogger los muy p*t*s...
Checha: cada día mejor lo tuyo. No te vuelvas a perder eh? :)
Beso :)

Checha dijo...

Gracias Cecis y Uninvitedalwaysinvited

Un poco de caos laboral me tiene de rehén. Volvemos después de estos comerciales...