viernes, 5 de noviembre de 2010

El camino no tomado


Digamos que existe una persona cuya jornada es obsesivamente rutinaria. Alguien que ha pasado una vida entera realizando los mismos actos, por ejemplo los de la mañana,  día tras día, sean días laborables o no. Imaginemos un hombre que abre los ojos tres segundos antes que el despertador suene, lo apaga al tiempo que sale de la cama y entra al baño, hace pis, se lava la cara y los dientes, se viste con la muda de ropa que dejó preparada la noche anterior, y baja la escalera rumbo a la cocina para prepararse el desayuno. Baja cuidadosamente cada escalón mientras termina de despertarse y entra a la cocina. Este es el momento que hace incontables años ya, diseñó mentalmente como el que mejor aprovechaba el tiempo. Ingresando a la cocina va a la mesada de la izquierda, saca la pava de la cocina y la pone bajo la canilla que está unos cincuenta centímetros de distancia, la carga con agua hasta la mitad y la pone sobre el fuego. Una vez hecho esto, da un giro de ciento ochenta grados y saca de la alacena que está del lado derecho de la cocina, arriba de la otra mesada, su taza verde, un saquito de té que pone dentro de la taza, y abre la azucarera sin sacarla de su estante. Con la cucharita que siempre está ahí, coloca tres cucharaditas de azúcar en la taza y cierra la azucarera y la alacena. Vuelve a mirar hacia la parte izquierda de la cocina y comprueba que la pava todavía no hace ruido. Todavía falta un momento para que llegue a los ochenta y cinco grados. Con la taza en la mano, se queda parado en el medio de la cocina contemplando la pava. Algunas veces se preguntaba si tenía realmente sentido optimizar el tiempo realizando movimientos limpios y precisos,  llevando a cabo una rutina de la cual había eliminado todos los actos innecesarios, una rutina tan cristalizada en su conciencia que podría realizarla dormido, una rutina que supuestamente lo hacía más efectivo ante la vida; si al fin de cuentas tenía que quedarse dos minutos y alrededor de diecisiete segundos con la taza en la mano, esperando que el agua llegara al punto justo para preparar el té. Esta y otras cosas pensaba hasta que la pava emitía una queja imperceptible para cualquiera menos él, que le indicaba que podía salir de sus cavilaciones y empezar el desayuno.
            Un día este hombre se levantó como siempre, y dio comienzo al aceitado mecanismo de su rutina. Bajó las escaleras mientras terminaba de despabilarse, entró a la cocina y fue hacia la mesada de la derecha. Con el mismo convencimiento que tiene la humanidad de que la tierra es redonda, nuestro hombre se dirigió a la mesada de la derecha de la cocina esperando encontrar la pava en su hornalla. Como dijimos antes, la cocina y la canilla estuvieron siempre a la izquierda. Nuestro metódico hombre se quedó perplejo entre las dos mesadas, mirando a un lado y a otro.  Pensó.
            Había nacido en esa casa más de cinco décadas atrás. Al menos desde entonces, la cocina no había sufrido modificaciones. Había instaurado la rutina del desayuno casi cuarenta años atrás y desde entonces no había faltado a ella ni una sola vez. Era inconcebible que un buen día y sin razón, encontrándose tan lúcido como siempre, pudiera jurar que la cocina y la pileta estaban a la derecha de la cocina. Todo su cuerpo fue hacia ese lado, su mano ya estaba en el aire cuando vio que no había nada que agarrar. No comprendía por qué, aunque supiera y pudiera comprobar y que estaban a la izquierda, si cerrara los ojos los visualizaría a la derecha. Si alguien le preguntara dónde están, diría sin dudarlo que a la derecha. Y una certeza incomprensible le aseguraba que siempre habían estado ahí. Pero no. La cocina y la pileta siempre habían estado a la izquierda, él lo sabía.  

            Las llaves. Nunca están donde las dejamos. Circulan versiones fantásticas que dan cuenta de la vida propia de las llaves, y  lo mucho que se entretienen desapareciendo del dominio de quienes la buscan. O la fabulosa  historia de que el tiempo es construido por un ejército de criaturas que arma cada segundo como si se tratara de un cuadro, y a veces colocan cosas en lugares equivocados durante un segundo, y al segundo siguiente corrigen el error. Estas historias son tan  imaginativas como inútiles. La verdad es que si dejamos una cosa en un lugar, y esa cosa no sufre la acción de otra persona o cosa, lo lógico es que se quede en ese lugar. Todos lo sabemos, todos lo creemos, y todos le restamos importancia al hecho de que a veces podemos jurar lo contrario. Seguro hay una explicación, pensamos. No sabemos cuál, no la vamos a buscar, pero seguro está ahí.
            Las llaves se han vuelto célebres en este tópico, pero en realidad ocurre con una variada cantidad de objetos. En lugares donde conviven varias personas, nadie se molesta en realizar comprobaciones, ya que la influencia de los otros se impone como explicación inmediata, sin que requiera confirmación alguna. Lo curioso ocurre cuando una persona vive sola y le consta que no hubo terceros involucrados. En su mente se conserva claro y fresco el recuerdo del posicionamiento de, por ejemplo, las llaves en una fuente que oficia de centro de mesa. Esta persona recuerda el sonido del metal al chocar contra el vidrio. Recuerda las decorativas esferas de mimbre pintado de azul desplazarse de su sitio en la fuente ante la llegada del nuevo objeto. Si estamos ante una persona muy sensitiva, probablemente recuerde el olor metálico que percibió y que aunque sabía proveniente de las llaves, le recordó el olor de las monedas al salir del bolsillo después de mucho tiempo. Es decir, ninguna duda de que depositó las llaves en la fuente que estaba en la mesa. Y sin embargo, media hora después no están. Nadie entró a su casa, ni siquiera él pasó cerca de la mesa, y cuando pasados treinta minutos necesita las llaves, no aparecen. En la fuente de vidrio están las esferas de mimbre azul, pero nada más. Por si acaso, las saca de la fuente una a una, observa la fuente vacía, y las vuelve a colocar. Nada.
            La persona de la que hablamos sabe que las llaves no pueden estar en otro lado, pese a lo cual inicia una pesquisa por los alrededores. Desconcertado se toma un rato para pensar, sentado en un sillón, pero nada se le ocurre. Cuando desahuciado vuelve a la fuente de vidrio, las llaves lo contemplan rodeadas de las esferas de mimbre azul. Están en la misma posición en la que cayeron cuando las dejó ahí.
            Y el déjà vu. Quién no tuvo uno. Quién no tiene una teoría de porqué ocurren. Quién no vio la película. Más del 60% de la población afirma haberlo experimentado en alguna ocasión. Reconocer un lugar en el que jamás se estuvo, moviéndose con total naturalidad por calles hasta entonces desconocidas. O la seguridad de que ya se vivió un momento dado, pudiendo incluso saber lo que un interlocutor dirá en los próximos segundos. Muchos lo experimentan, lo comentan, y continúan sus vidas. Gente práctica que no ve motivo alguno para indagar. Otros creen encontrar la prueba a sus teorías sobre la reencarnación y la metempsicosis, cuando no de precognición o viajes astrales; y corren extasiados a buscar más datos que completen su teoría, para así hacer pública su experiencia. Y hay quienes se divierten con la sensación, convencidos de que no es más que una broma cerebral, una descarga eléctrica en el lugar incorrecto del cerebro; o un exceso de neurotransmisores como las dopaminas, provocado por alguna medicación contra la gripe; o cualquier mínimo error en la sinapsis neural en relación a la interpretación de estímulos.
            Pequeños eventos curiosos. Algunas veces, no más que una sensación de extrañeza o incomodidad. Una falla en la percepción. Y un abanico de explicaciones tan fabulosas como incomprobables.

Si somos las decisiones que tomamos, ¿qué pasa con las decisiones que no tomamos? Ante una situación, importante como aceptar un trabajo o trivial como elegir por cuál vereda caminar, se despliega un menú de opciones y se decide qué camino seguir. El mundo que transitaremos si vamos por la vereda de la derecha, no es el mismo mundo que transitaríamos si hubiésemos tomado la vereda de la izquierda. Somos conscientes del mundo en el que seguimos, y no prestamos atención al mundo que acaba de nacer con el camino no tomado. La cantidad de mundos o realidades paralelas posibles es infinita. Si pudiéramos saltar de un mundo a otro, como si fueran islas en un inmenso multiverso, observaríamos algunos mundos similares al nuestro, con simples variaciones. Una persona de este mundo tendría en el otro un corte de pelo diferente, otra profesión, si en este mundo es feliz es posible que en otro sea miserable. En algunos mundos paralelos, las cosas serían brutalmente diferentes.  Un mundo en el que nunca su hubiera inventado la máquina de vapor, o uno en el que hubiesen sido los aborígenes americanos quienes descubrieran Europa, las consecuencias serían extraordinarias. Visto desde este mundo, claro. En una realidad alternativa, la forma en que se crean las realidades alternativas podría ser otra, o podría haber muchísimas más, y haría necesario reconsiderar el término infinito.
            De la cantidad de teorías que en este mundo  postulan la existencia de otros, todas con sus variadas ramificaciones, son varias las que interpretan las situaciones descriptas al comienzo como una comunicación entre los distintos mundos paralelos. Un vórtice se abre en lo que hasta ese momento no era más que nuestro baño, y sin siquiera advertirlo entramos a una realidad paralela. Afortunadamente es una realidad con diferencias demasiado sutiles como para notarlo en lo inmediato, y la única consecuencia resulta ser la curiosa situación de las llaves que aparecen y desaparecen. Si continuáramos más tiempo en ese mundo, y por ejemplo saliéramos a la calle, tal vez nos encontraríamos con que nuestro país es una colonia del Imperio Uruguayo, pero un nuevo paso por el vórtice del baño nos devuelve a nuestro mundo de siempre. Encontramos las llaves y seguimos viviendo. Los vórtices caprichosos pueden ser una cosa muy peligrosa.
            El tema del déjà vu, explican algunos, es la consecuencia de que alguien sea demasiado perceptivo, y tenga la capacidad de sentir lo que siente su otro yo (o su otra versión)  en otra realidad, donde un determinado evento ya ocurrió: de ahí que cuando el mismo evento tiene lugar aquí, lo encuentre familiar. O sea capaz de reconocer lugares en los que su otro yo estuvo antes (o varios de sus otros yo estuvieron antes).  Algunos eventos pueden ocurrir en varios mundos simultáneamente, y la sensación es increíblemente poderosa. Los cinco sentidos en estéreo. O en sonido envolvente. A veces conocemos a alguien y el odio por esa persona es instantáneo e infundado. Su sola existencia nos produce repulsión, lo cual es lógico si la versión de esa persona en una realidad paralela asesinó a nuestra versión. Como también es lógico tomar una complicada cafetera espresso y saber manipularla sin nunca haber visto una, si nuestra versión en otro mundo fue quien la diseñó.
            Las consecuencias del contacto entre dos o más realidades paralelas pueden ser funestas y divertidas, alternativa o conjuntamente. Además de los pasajes lógicos a través de los vórtices, actualmente con bastante atención por parte de los científicos debido al debate en torno a la Teoría de las cuerdas y la Teoría M y el asunto de las once dimensiones; a veces ocurren pequeños “roces” entre mundos  y se produce una curiosa unión, como dos burbujas que al tocarse forman una sola, coexistiendo ambas a la vez en el mismo espacio, hasta que un soplo las separa devolviéndoles su unidad; y entonces tienen lugar estos deliciosos incidentes, donde las categorías de espacio y tiempo como las conocemos parecen jugar a las escondidas.
Sea un déjà vu,  un incómodo sentimiento de que alguien cambió todo de lugar aunque sabemos que todo está donde siempre estuvo, o la rara sensación de que en lugar de ver algo estamos viendo algo parecido a una extraña copia de ese algo; habría que comenzar a expandir nuestros medios de percepción, dejar de pensar linealmente, y pasear un poco por las realidades de al lado.
Bienvenidos a Chechania.

1 comentario:

Uninvited dijo...

Hola Checha!!
Vine corriendo a decir presente.
Mañana paso con tiempo y te leo como te merecés.
Gracias por volver! :)